Mentalidad televisiva parte II: Los Pensadores

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[Este artículo es parte de la serie Mentalidad televisiva. Los artículos de esta serie pueden ser leídos en cualquier orden y por separado. Sólo los vincula el mismo tema: la televisión chilena]

La belleza de pensar de Warnken transcurre en un espacio negro, completamente vacío, donde dos señores se sientan a halagarse mutuamente durante una hora. Es un intento desesperado para apagar el mundo y dejar de verlo, pensar fuera del mundo, lejos de consideraciones políticas o materiales. Históricamente, la televisión chilena ha mostrado al pensamiento como algo que ocurre ajeno a la vida cotidiana y a la contingencia. Y cuando se ha visto forzado a hacer comentario político, como con sus opiniones sobre las revueltas populares de octubre, Warnken ha demostrado su poco conocimiento de la vida contingente, que observa siempre tras el velo de ciertos fantasmas, la buena educación, la civilidad, el pacifismo. Esas mismas ideas que le permitieron entrevistar a Miguel Serrano, embajador de chile en India durante los ’60,  de pensamiento nazi esotérico, que creía que Hitler era la reencarnación de Buda, y no preguntarle nada al respecto.

La propuesta de Warnken prácticamente ha sido única en la televisión chilena y, casi por omisión, se ha convertido en el arquetipo televisivo del pensador chileno. Probablemente esto se confirma cuando, durante las revueltas de octubre, aparece en Buenos días a todos. La aparición de una figura como Warnken es prácticamente inédita en el matinal, y los conductores lo entrevistan con la boca abierta, asintiendo como ante una eminencia, mientras Warnken reduce su análisis del contexto sociopolítico al asunto de la violencia, a una condena irreflexiva del desorden, y nombrando incluso entre sus causas a «los videojuegos de guerra que estos jóvenes crecieron jugando». 

¿De dónde saca estas ideas Warnken? ¿Dónde presencia la violencia Warnken? Como cuesta imaginar a Warnken paseando por el centro, uno tendería a pensar que las vio en televisión. Una extraña e incómoda película de Jim Carrey, The cable guy (1996, Ben Stiller), nos presenta a un personaje cuya educación fue la televisión, y toda su escala de valores está construida en base a una mezcla de imágenes vulgares e irreales. Pero qué diferencia tiene si tu escala de valores proviene de la observación de la televisión o de un libro, sigue siendo una reproducción de representaciones. Warnken nunca vió la violencia sino representaciones de la violencia. El arquetipo televisivo del pensador, vive en una habitación negra, flota en el vacío de las ideas, de las representaciones. 

De eso se trata el espacio negro de La belleza de pensar: en ese olimpo del vacío, no existe razón para la rabia. El pensamiento sin cuerpo no tiene urgencias, no está sujeto a la vida, y como el agua sin un recipiente, se desparrama y se evapora.

El arquetipo del pensador en el vacío es convenientemente instalado por la televisión de la transición, con el objetivo, o quizás como resultado de, la omisión de cualquier discusión realmente política, es decir sobre cambios políticos aplicables a la realidad. Se trata de un fenómeno mundial del neoliberalismo que Mark Fisher llama «realismo capitalista», la supuesta ausencia de alternativas posibles a nuestro modo de vida vuelve inofensivo cualquier tipo de disidencia, la discusión política se asienta en el ámbito de lo posible, como Aylwin declaraba durante la transición.

Esto no solo tiene efectos políticos sobre la televisión, sino también estéticos. El pensador en el vacío de Warnken es una puesta en escena sumamente simbólica y que genera un tipo de percepción rarificado. Warnken espera que el fondo negro dé paso al protagonismo de los rostros parlantes, y sea un acto de omisión que no suscite la atención del espectador. Pero el efecto es de un abismo centrípeto, el vacío atrayente, llegando al punto de que, en muchos casos, no importa quién sea el rostro invitado, solo necesitamos de los rostros parlantes para entrar en el trance. El mismo Warnken, constantemente en sus entrevistas, pasa por alto la respuestas y se concentra en las preguntas: algo notorio en su estilo de entrevistas es cómo es incapaz de tomar la tangente de la conversación, cómo siempre se remite a asentir en ademán de comprensión, o mirar con pretendida profundidad, para luego pasar a la siguiente pregunta sin ser capaz de devolver algo que no sea una referencia cultural (es decir, agarrar una representación y ponerla entre él mismo y el invitado). Es que improvisar es enfrentarse a la realidad, a la actualidad de la conversación, ¿no es eso también pensar? Como en la vida real no existen los cuerpos flotantes, las ideas despegadas del espacio y el tiempo, sino personas que piensan, mientras viven, sobreviven y sienten, ¿por qué considerar el pensamiento como algo separado de la actualidad de las cosas? Dejemos en claro: esa actualidad que nunca podrán presentar las representaciones televisivas, sean los matinales, los noticiarios o las series. Warnken, siendo el arquetipo del pensador televisivo chileno es incapaz de televisar el pensamiento, no se filma pensando, sino representando lo que es pensado de antemano. Quizás sea imposible pensar bajo el peso aplastante de las cámaras de televisión.

 

Uno de los momentos más incómodos de la televisión cultural chilena que recuerdo fue la entrevista a Humberto Maturana en Tolerancia Cero, el año 2012. El tema era, nuevamente, el resurgimiento del movimiento estudiantil, con un enfoque en los actos violentos de las manifestaciones, como es la lógica repetitiva de la manera de abordar los movimientos sociales en la televisión nacional. Entrevistado por Matías del Río, hasta la fecha sostenedor de colegios (como bien hizo notar Felipe Avello por esos años), Maturana puso al panel a presenciar el experimento de televisar el momento en que nacen los pensamientos. El programa tuvo que bajar el acelerador a su ritmo acostumbrado, y esperar ante las larguísimas pausas que Maturana se tomaba para responder. Lo cierto es que no eran más que pausas razonables para alguien que acaba de escuchar una pregunta y se toma un segundo para pensar una respuesta, pero transmitidas por televisión, con el ruido de fondo de los micrófonos y la tensa espera del equipo técnico, parecían eternos tiempos muertos. El tiempo del pensamiento es distinto al tiempo de la televisión. Maturana nos puso en la incertidumbre misma, ¿llegaría a responder algo en algún momento? Luego lo hacía, y sus respuestas no solo rodeaban los asuntos, sino que también proveían matices que, en la pantalla deformante de la televisión, parecían contradicciones. 

Maturana responde con una pregunta, «¿qué estamos haciendo de modo que los jóvenes no se sienten partícipes de un mundo que les dé sentido?». Del Río insiste con la condena irreflexiva de la violencia, y acorrala a Maturana a decir lo que cualquiera tendría que decir, ¿no se da por entendido que la violencia no es buena? Qué burda la manera en que la televisión busca limitar la discusión a la condena o aprobación de la violencia, con la necesidad desesperada de evitar que alguien reflexione sobre las causas. Pero la entrevista de Maturana tampoco dejó contentos a los espectadores de izquierda. Al situarse fuera de la lógica del apruebo o el rechazo, postura necesaria para profundizar en los acontecimientos, Maturana es deformado por la pantalla televisiva como un intelectual demasiado tibio. Mientras que Warnken, tibio y carente de ideas en la realidad, es deformado por la pantalla como un pensador apasionado.

La postura de Maturana es que el fenómeno de la violencia debe ser estudiado. En ese momento aparece Fernando Villegas, que por ese año era un personaje televisivo que escribía libros, y hoy es un ideólogo de derecha radical que aparece en youtube (suponemos que aún escribe libros), y le responde que el fenómeno ya ha sido estudiado muchas veces, y que fue explicado por Hobbes: «El hombre es el lobo del hombre». Parece que el ser humano es violento porque es violento, y así es el ser humano. No hay que estudiar los fenómenos, según Villegas, hay «constantes de la historia humana». Para Villegas es lo mismo la violencia en medio oriente en el siglo X que la violencia en España en los 70 y que la violencia en Chile el 2012, es la misma violencia, manifestación de una naturaleza inmutable del hombre. Maturana tiene que aclararle, «yo solo digo que hay que preguntarse qué estamos haciendo para que esto pase». Las ideas en el vacío que fascinan a Villegas no pueden responder problemas de la actualidad, que es donde realmente suceden las cosas. 

 

Otro recurso para televisar el pensamiento apareció, importado de Argentina, en la versión chilena de CQC. Se trataba de una sección que buscaba humillar a personajes televisivos de otros canales por la estupidez de sus dichos. En coherencia con el estilo (¿condescendiente? ¿soberbio?) del programa, la sección se llamó irónicamente, Grandes pensadores de la televisión chilena. El hallazgo televisivo está en la manera en que se muestran estos pensamientos. Primero vemos un clip de la transmisión del programa en el que algún personaje dijo algo incoherente, absurdo o derechamente tonto, y luego, la imagen se congela y un cuadro de texto nos muestra, entre comillas, la transcripción de lo dicho, con una música orquestal de fondo, y la voz profunda de un locutor leyendo con seriedad la frase. El efecto cómico del tratamiento serio de algo estupido es rápido y eficaz, pero es interesante cómo nuevamente nos muestra una disyunción entre lo pensado y lo acontecido. La televisión concibe el pensamiento, tonto o inteligente, como algo separado de lo que acontece, por lo tanto reírnos del pensamiento es reírnos de la transcripción, no del acto de lo dicho. 

 

¿Qué estamos haciendo de modo que no nos sentimos partícipes de un mundo que nos dé sentido? Puede ser que, en algún momento, y aunque dijimos no hacerlo, creímos en el mundo y los sentidos que los medios reproducen, pero ya simplemente no nos es posible. Quizás hay que examinar más de cerca, y preguntarnos si estamos realmente fuera de las lógicas de la representación mediática, solamente por no prender el televisor, o si queda algo de aquello en nosotros aún cuando el televisor está apagado.

La pregunta de Maturana fue respondida parcialmente en las revueltas del 2019. Hoy las posturas del apruebo y el rechazo a la nueva constitución se instalan en los medios como vacías representaciones de un concurso o encuesta televisiva, y la discusión sobre cómo hallar una nueva forma de constituir el país se posterga. La izquierda institucional adopta el mismo modelo de difusión que la derecha más reaccionaria, con sus pequeños infomerciales, sus sketchs y sus recreaciones dramáticas (la típica escena de franja electoral con dos personajes hablando de política en un quiosco), como si la causa del apruebo necesitara de las manipulaciones emocionales de la política convencional, como si no fuera de una urgencia y una contingencia que han surgido desde la masa y no desde la clase política. Warnken, a estas alturas ávido entrevistador de nazis, entrevista a José Antonio Kast, le pregunta sobre su infancia, sus creencias religiosas, y sus ideas para chile. Warnken lo observa responder con la sonrisa cándida que sostiene su pacifismo, mientras, seguirá denominándose de izquierda. Al mismo tiempo, amparado en su ánimo republicano, le da voz y opinión al candidato de la derecha más extrema.

Maturana hace otra pregunta desde el panel de Tolerancia Cero, «¿qué estamos haciendo de modo que todo lo tenemos que ver en términos de lucha, de confrontación?». La respuesta la tiene un invitado regular de La belleza de pensar, Raúl Ruiz, quien, de todas maneras, logra llenar el vacío del espacio negro con laberintos de ideas, anécdotas y conocimientos. Ruiz emprende una cruzada contra la teoría del conflicto central, el postulado impuesto por la industria hollywoodense de que toda película debe estar estructurada en torno a una lucha de dos fuerzas. Esto no sirve para examinar la violencia, fenómeno mucho más complejo que una lucha de dos bandos, sino que nos descubre la obsesión del pensamiento convencional por reducir la reflexión a la elección entre dos cosas. Como la absurda discusión sobre quién es mejor: si Alexis Sánchez o Arturo Vidal. Quizás para pensar realmente hay que escaparse del peso de las pantallas y las decisiones binarias, no postergar la profundización en las causas y consecuencias de nuestras posturas sino incorporarlas a la postura misma, porque la realidad está compuesta por más de dos cosas, y porque todos corremos el riesgo de estar pensando en el vacío absoluto desde el que piensa Warnken.

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

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