Descubrí a Frank O’Hara en la adolescencia, gracias a la aparición de su libro Meditations in an emergency en un capítulo de la serie Mad Men. Leído por Don Draper, personaje que entonces consideraba heróico y que ahora detesto, O’Hara tenía, además, un nombre que sonaba tan norteamericano, y un poema sobre tomar coca-cola con la persona que se ama, que me cautivó aunque nunca había amado a nadie y siempre preferí la pepsi.
Por esos años, era difícil encontrar en internet sus poemas traducidos al español. Su manera de separar los versos, cortándolos en medio de una frase o dejando conectores colgantes, me pareció ingeniosa e innecesaria, porque me complicaba la comprensión de su inglés, que mezclaba lo más cotidiano con rebuscadas palabras que sonaban antiguas, como de un pirata rabioso. Luego lo entendí como una especie de tartamudeo, de un enamorado nervioso que necesita sacar fuera de su pecho sus sentimientos con la mayor rapidez posible, como si no hubiera tiempo para signos de puntuación, que no harían más que desvanecer el flujo automático y confesional de su poesía. como el flujo de la sangre que se va a la cabeza cuando uno se sonroja de vergüenza o de rabia.
Ese mismo año, un compañero de trabajo de mi mamá, ejecutivo de ventas de una AFP, me prestó un libro de Jack Kerouac que, según él, le había regalado un misterioso desconocido en una disco del litoral central, y que tenía escrita a mano en la primera página la frase «El encuentro, en plena pérdida». La frase, que googlié y que no tiene autor conocido, se convirtió en mi nick de MSN, y rápidamente emparenté en mi cabeza a O’Hara y Kerouac, que sentí que pertenecían al mismo paisaje gringo, veraniego y vital, pero sobre todo a una misma velocidad, a un ruido frenético de máquina de escribir, que yo sabía que era una señal de fuerza y habilidad, porque había intentado escribir en una que tenía mi tía, y las teclas eran muy pesadas y extrañas, como palancas de un automóvil primitivo.
Con el paso del tiempo, la lectura de varias novelas de Kerouac en esas molestas traducciones al castellano, y de varios poemas de O’Hara que pude encontrar en internet y leer con dificultad en inglés (de los que probablemente entendía tres o cuatro frases pero con eso bastaba para que me gustara), mi interés en ambos se fue desvaneciendo, porque vinieron otras cosas, porque corrió mucha agua bajo el puente o por razones que sencillamente no recuerdo.
Hoy llegó a mis manos una edición en inglés de Meditations in an emergency, de la editorial Grove Press, que tiene una portada muy fea, con una desafortunada elección tipográfica, pero un olor muy dulce y papel de buena calidad. Antes de hojearlo, me pregunto de nuevo por O’Hara y Kerouac y me doy cuenta que nunca investigué si habían tenido algún vínculo en vida. Encuentro en un blog una anécdota sobre una infame polémica entre ambos, que traduzco a continuación:
Tal vez la más concreta y famosa señal de las tensiones entre ambos grupos (la Escuela de Nueva York y los Beats), es el famoso incidente que ocurrió en marzo de 1959, cuando Frank O’Hara hizo una lectura de poesía con su buen amigo, el poeta beat Gregory Corso, en el Living Theatre en Nueva York. Jack Kerouac, que estaba muy ebrio y aparentemente celoso de la alta estima en la que Corso tenía a O’Hara, comenzó a interrumpir y a hostigar a O’Hara con comentarios homofóbicos y a insistir en que le permitieran leer. Cuando Kerouac gritó «estás arruinando la poesía americana, O’Hara», O’Hara dio su célebre respuesta «eso es más de lo que tú jamás has hecho por ella».
Hasta escuchar esta anécdota nunca había reparado en la homosexualidad de O’Hara, a pesar de que gran parte de su obra son bellísimos y ambiguos poemas de amor. Por otra parte, la homofobia y la actitud egocéntrica y pendenciera de Kerouac no era algo que me sorprendiera: hace unos años había visto en youtube un programa de televisión gringo del año 68, en el que un presentador conservador, William F. Buckley, convocaba a un panel para discutir el asunto de la generación hippie. Un Kerouac cuarentón, hinchado por el alcohol y desparramado sobre su asiento, fue invitado como representante de una generación anterior, y se la pasó el programa entero insultando a los más jóvenes y a los más viejos, interrumpiendo, haciendo incomprensibles chistes y ruidos, como un viejo taimado, necesitado de la atención de un grupo por el que no mostraba más que desprecio. A sus 46 años, Kerouac se había convertido en un amargo tío alcohólico, capaz de arruinar todas las reuniones familiares, lleno de resentimientos, tristeza y autocomplacencia, lo más lejano a la voz infantil y entusiasta de Los vagabundos del Dharma, pero acaso su único desenlace posible. Un año después murió de una hemorragia por cirrosis.
O’Hara había muerto tres años antes, atropellado en la madrugada, durante un paseo a la playa con un grupo de amigos. Tenía 40 años. Dejó un manifiesto breve escrito a sus 35, en que denominaba su estilo como Personismo. Dos cosas me llaman la atención de ese manifiesto. La comparación entre la necesidad de escribir un poema y ser perseguido por un loco con un cuchillo en la calle, con la que explica la imposibilidad de detenerse a pensar en una forma, en un ritmo, dejando fuera toda lógica, porque uno no se va a detener a darle explicaciones al loco del cuchillo. También menciona una vez que, escribiendo un poema de amor, se dio cuenta que podía fácilmente tratarse de una llamada telefónica. Entonces se le ocurrió que podía escribir de forma que el poema esté «por fin, entremedio de dos personas en vez de entre dos páginas».
Estas palabras pretendían ser un comentario preliminar, una explicación de por qué traduje estos poemas que vienen a continuación. La inclusión de Kerouac, quien yo imaginaba como amigo pero que resulta haber sido rival de O’Hara, obedece a una sensación que me ronda desde mis primeros encuentros con sus letras en la adolescencia. Por primera vez al leer a Kerouac sentí que la escritura podía ser una fiesta, que se podía escribir desde un auto en movimiento, con la radio a todo volumen. Puede ser que la poesía, tal como me la había encontrado en el colegio, y en el tono en que era más común que se la leyera en este lado del mundo, estuviera demasiado cargada de solemnidad y tristeza. Y al leer a O’Hara por primera vez tomé conciencia que la poesía podía ser sobre la alegría, y que de cierto modo había un polo opuesto al de los poetas malditos, que no serían tampoco poetas benditos, sino corazones que de alguna manera aprendieron a navegar su locura (o la locura que los rodeaba) con un optimismo que no era infantil, ni adolescente, ni adulto. Todavía me pregunto por esa frase escrita por un desconocido en el libro del compañero de trabajo de mi mamá, y que tuve que devolverle al terminar mi lectura, porque él era un niño adulto y un coleccionista: «El encuentro, en plena pérdida». Y a O’Hara tal vez le molestaría la abstracción de la frase, ¿el encuentro de quién? ¿la pérdida de qué? Y tal vez incitaría a mi yo adolescente a hacer propio ese encuentro, a hacerlo un encuentro de algo (¿un poema?) y para alguien (¿un amor correspondido o no correspondido? Da lo mismo). Poner a ambos extremos del vacío de esa frase, una persona que anhela y una persona anhelada, como armando un sandwich. Por eso no me bastaba con leer estos poemas, o buscar sus traducciones que seguro están disponibles en internet, sino que tuve que elegir estos cuatro (por gusto, por facilidad, por capacidad), y traducirlos para compartirlos contigo.
Al capitán de puerto
Quería asegurarme de llegar a ti;
aunque mi barco iba en camino quedó atrapado
en unas amarras. Siempre estoy haciendo nudos
y después decidiendo partir. En tormentas y
al atardecer, con las espirales metálicas de la marea
rodeando mis insondables brazos, soy incapaz
de entender las formas de mi vanidad
o estoy en pleno sotavento con mi timón holandés
en la mano y el sol hundiéndose. A ti
te ofrezco mi cubierta y el cordaje andrajoso
de mi voluntad. Los terribles canales en los que
el viento me lanza contra los labios marrones
de los juncos no están todos tras de mí. Pero
confío en el juicio de mi embarcación; y
si se hunde, será probablemente en respuesta
al razonamiento de las voces eternas,
las olas que me han impedido alcanzarte.
Poema
La ansiosa nota en mi puerta decía «Llámame,
llama cuando llegues!» así que rápidamente eché
algunas mandarinas en mi bolso,
enderecé mis pupilas y mis hombros, y
partí directo a la puerta. Era otoño
en el momento en que di vuelta la esquina, oh todo
reacio a ser oportuno o sorprenderme, pero
las hojas eran más brillantes que el pasto en la vereda!
Curioso, pensé, que las luces estén encendidas tan tarde
y la puerta del vestíbulo abierta; aún despierto a esta hora, un
campeón de jai-alai como él? Oh no!
una vergüenza! Qué anfitrión tan entusiasta! Y él estaba
ahí en el vestíbulo, tirado sobre una capa de sangre que
chorreaba por las escaleras. Lo agradecí. Hay pocos
anfitriones que se preparan tan minuciosamente para recibir a una
/visita
invitada solo casualmente, y eso hace varios meses atrás.
Les Etiquettes jaunes
Tomé una hoja
hoy día, de la vereda.
Esto parece infantil.
Hoja! eres tan grande!
Cómo puedes cambiar tu
color, y luego simplemente caer!
Como si no existiera
la integridad!
Estás demasiado relajada
para responderme. Estoy
demasiado asustado para insistir.
Hoja! no seas neurótica
como el pequeño camaleón.
Para Grace, después de una fiesta
No siempre sabes lo que estoy sintiendo.
Anoche en el cálido aire de primavera mientras estaba
lanzando mi diatriba contra alguien que no
me interesa,
era amor por ti lo que me
prendía,
y no es raro? porque en habitaciones llenas de
extraños mis sentimientos más delicados
se retuercen y
dan el fruto del grito. Extiende tu mano,
no hay
un cenicero, de pronto, por ahí? junto
a la cama? Y alguien que amas entra a la habitación
y dice no preferirías
los huevos un poco
distintos hoy?
Y cuando llegan son
simplemente huevos revueltos y el clima cálido
se mantiene.
1 comentario en “Frank O’Hara, un enamorado nervioso”
<3