En la cocina hay olor a gas, o cómo perdí el olfato

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Do you smell what The Rock is cooking?

–Dwayne Johnson

Estos últimos días he sentido una inmensa frustración y tristeza al darme cuenta de una nueva limitación física personal: casi no tengo olfato. 

Ayer estaba trabajando en el computador mientras mi departamento se llenaba de olor a plástico quemado. Me tuvieron que decir para que yo, buscando a ciegas, encontrara un enchufe a medio derretirse. Si no me hubiesen avisado, lo habría notado solo cuando el muro en llamas me hubiese sacado de la cama.

Hoy fui a comerme un berlín y la crema estaba agria, lo había olvidado dentro de una bolsa plástica. No lo note hasta que me dijeron que olía horrible, justo antes de que le diera una mascada, cosa que antes me ha pasado en más de una ocasión. He calentado comida avinagrada en un microondas y la he comido hasta la mitad para comenzar a sospechar que esta mala y tener que consultarle a un compañero de trabajo, quien muchas veces me pregunta si estoy  seguro de que eso está bueno.

En mi casa suelo botar comida. No desde la lógica del lujo ni la renovación constante de los alimentos que no han vencido, sino desde la sospecha y la frustración de que la única forma de aclarar la duda sea probando un bocado, un riesgo que no quiero correr.

Hay un reggaeton muy famoso que dice «Porque mi cama huele a ti, a tu perfume de miel», que siempre me ha parecido de pésimo gusto, al igual que la banda Bacilos, que tiene una canción llamada Tabaco y Chanel. Ambas en la lógica de la mujer que se va pero deja su aroma a modo de tormento. Por otro lado Myriam Hernandez asegura tener la capacidad de oler el peligro, una cualidad aparentemente común, que soy consciente de carecer. Después de una mudanza reciente comencé a tener severos dolores de cabeza. Como todo aquello que me ocurre, lo asocié al estrés. Eso, hasta que una visita me indicó que mi departamento tenía un intenso olor a gas. El departamento resultó tener una fuga de considerables dimensiones. Hoy pienso que quizás esa es la función del olfato: protegernos de la intoxicación. Recuerdo la clásica escena de los mineros que, en medio de una excavación, son invadidos por un terror solo comprensible en su rubro al ver a un canario enjaulado muerto. La función del canario, justamente, es avisar con su fallecimiento si hay una cantidad peligrosa de gas natural en medio del trabajo. Hoy me siento ese canario.

Escucho a Álvaro Henríquez cantar Olor a Gas en el disco Fome, el gran éxito de Los Tres de 1997. Me detengo en la letra por primera vez porque la canción es uno de esos pequeños himnos nacionales, que uno canta con la letra irreflexivamente encarnada. Noto que trata sobre la muerte, y a su vez sugiere la posibilidad del suicidio. «Hay masa en el horno, y no es de pan. Olor a una carne». canta Henriquez, y me hace recordar a Sylvia Plath. Luego canta «En la cocina había olor a gas. Ya no cuenta ovejas, hoy duerme en paz» Pienso en John Kennedy Toole y en Eugenio Lira Massi, quienes encontraron la muerte a través del olfato. En el caso del autor póstumo, de manera autoinfligida: llenando un auto de monóxido de carbono. En el caso del chileno víctima de la dictadura, cuando la suite en que se hospedaba en un hotel en Francia fue invadida por el gas sarín.

Según Mauricio Redoles, Gaete murió por la nariz (snif, snif).

Ahora, no todo ha sido dolor en el mundo sin olor. En mi trabajo tengo que entrar a casas de personas con Síndrome de Diógenes o alcohólicos que llevan tres días dormidos en el sillón, y tienen el suelo lleno de pozas de orina. De esas casas vi salir a compañeros con arcadas, negándose a volver a entrar, mientras yo mantenía una conversación sentado en el comedor. A veces el olfato es ingrato.

Hay una canción de Glup llamada Cómplice Eterno, en que Koko Stambuk canta a una pareja virgen a quien inicia sexualmente. Le dice: «Y si supieran las cosas que tú me regalas en tu florecer. Ese aroma de hacerte mujer».

Mis papás tenían un libro de Pamela Jiles llamado Fantasías sexuales de las mujeres chilenas Yo lo leía escondido y una vez, entre sus páginas, leí a la diputada decir que el semen tiene olor a almendras verdes. Pienso en la posibilidad de que el sexo tenga un olor, quizas por eso ese reggaeton me parecia de mal gusto, al igual que la canción de Bacilos, simple desvalorización como mecanismo para llevar la frustración de aquello que me es imperceptible. Aunque sospecho que en el caso de Glup sólo se trata de la bien ponderada misoginia de los dosmiles.

Recuerdo que cuando niño me preguntaron en más de una oportunidad qué sentido elegiría perder en caso de tener que carecer de uno, o perderlo en un trágico accidente nuclear.

Pensaba en que no quería perderme el sabor del ketchup que echamos sobre todo así que salvaba el gusto. En que uno le temía a los ciegos y sordos mudos, y en la canción en que Shakira decía que ser discapacitado era malo, y en esa época Shakira era lo más cercano a la virgen María, así que conservaba la vista para ver monos en la tele de la mañana. La voz para cuando fuésemos cantantes de rock o raperos, y el oído para escuchar el timbre del recreo. 

El olfato quedaba al último, tratando de defenderse con pocos argumentos junto al tacto. Pensaba en que jamás podría oler una flor, pero ¿quién se detenía a oler una flor?, eso nos parecía gay, y en esa época de los dosmiles, el colegio y la provincia, eso era malo, porque éramos inconscientes. Por el contrario, a la memoria siempre venían malos olores cotidianos de los que librarse parecía un alivio, y así uno ofrecía el sentido al sacrificio. «Me quedo sin olfato» era la respuesta común a ese dilema. Parecía una pérdida menor. Esa respuesta casi siempre traía aprobación, mientras que escoger otro sentido era motivo de sorpresa y llamados a la reflexión.

El tacto nos lo quedamos. Nos era imposible imaginar un mundo sin tacto. 

Recuerdo que en un episodio de Los Simpsons, Bob Patiño intenta matar a Selma, una de las hermanas de Marge, con quien se había emparejado con fines de tomar venganza contra la familia. Él sabe que Selma perdió el olfato en un accidente durante un experimento de química, y elabora su plan basado en eso. Bob planea arrendar una pieza con chimenea para Selma y dejar abiertas las llaves de gas. Así, en conocimiento del tabaquismo de su falsa enamorada, hacerla volar en pedazos. 

Si alguien quisiera matarme por A-B-C motivo, creo que ese sería un plan perfecto.

A veces culpo a mi alergia. Paso gran parte del año congestionado y nunca me he acostumbrado a eso. Sospecho que puedo ser alérgico a la harina. Un tiempo dejé de comerla y recuerdo respirar como nunca lo había hecho. Pero la guerra contra la harina no es nada fácil si eres sudamericano y la consumes sagradamente al menos una vez al día. No por nada Jesús decidió esconderse en un pequeño círculo de harina. 

Al final del día, la verdad, no sé en qué momento dejé de percibir olores con precisión. Quizás nunca pude hacerlo. Recuerdo haber visto en mi adolescencia la película El Perfume, y haberla encontrado pretenciosa. Todo el mundo la amaba. Kurt Cobain se confesó fanatico de la novela en que se basa el film. De hecho en el disco In Utero, su último disco antes del conocido y trágico evento, escribió una canción llamada Scentless Apprentice, lo que se traduce a aprendiz sin olor, una clara referencia al personaje de Grenouille, quien no tenía olor corporal, ni a miel, ni a tabaco, ni a Chanel. Cobain prefería estar obsesionado con el olor y fantaseaba con tener su propia perfumería. Algunos creen que no pudo oler el peligro.

Reviso los síntomas del Coronavirus y entre ellos figura la pérdida del olfato. Hablo con una paciente y me lo menciona con dolor. Quizás de niña también se imaginó sacrificando su olfato sin titubear, preguntándose quién se detiene a oler las flores. Finalmente, se habrá dado cuenta de que a veces uno, sin comprender el motivo, echa de menos el olor de la crema agria de un Berlín, del plástico quemado o del gas natural. Que no es necesario el miedo a la enfermedad, la intoxicación o la muerte para querer tu olfato de vuelta. Snif Snif.

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

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