Las tragedias cotidianas no siempre tienen que ver con el gran suceso que quiebra la realidad. Gastón Carrasco comprende y maneja esta premisa. Da dignidad al título de este libro, e ilumina a quien lee mediante una clase sobre miserias pequeñas, paulatinas y pesadas.
Son imágenes que se pueden convenir como sensaciones desagradables: el desconcertante primer día de la foto escolar, ver como brota la sangre tras caer sobre el cemento, o caminar entre tiendas con vitrinas de rubros y colores surtidos, mientras se acompaña a la madre a hacer diligencias.
La desesperación no es una reacción repentina. Y en ocasiones, la angustia que induce es retrospectiva, o puede dilucidarse mejor cuando ocurre en otro espacio, sobre otra persona. En estas breves postales sobre el infortunio, Carrasco nos hunde con pulso delicado en el paso de los días que no resaltan por ser tempestuosos, pero que se mantienen en la memoria como un momento particular por el que no hay anhelo, y al que incluso se regresa con rechazo. Podemos percibir lo diminuto de la miseria en el gesto desconcertado de quienes la habitan.
Como si se fotografiara un trozo de la realidad, aquí esa infelicidad sin alteraciones no se mantiene: no abre ningún camino para el cambio, ni significa una revelación en términos humanos para los habitantes de estos poemas. Como si se fotografiara un trozo de la realidad, aquí esa infelicidad sin alteraciones se apaga de a poco. Se sabe que, desde que el poema acabe, esa sensación palpitará de manera pausada, al menos hasta que sienta un llamado para regresar.
Estos poemas son un adelanto del libro Luminarias, pronto a publicarse por Provincianos Editores.
FOTO CARNET
Mi reflejo en el ojo de vidrio del fotógrafo.
Imágenes de otros niños capturados en las paredes:
cuadros de graduación, tipografías con nombre y rut
rostros y peinado marcial.
Letras blancas de goma
fondo negro
la letra g de gato moviendo su cola.
Un olor químico lo envuelve todo.
Pasamos a la sala de atrás a sacarnos la fotografía.
No estoy solo, pienso en modo silabario:
mi mamá me acompaña y me protege.
Es un cuarto oscuro adaptado para no filtrar luz.
Estoy frente a un fondo blanco con un cartel con mi nombre.
¡Como un recluso!
El hombre dirige su lente hacia mí.
Me fusila en cosa de segundos:
siento salir mi sangre por la espalda
mientras mancha expresionista el fondo blanco.
El ojo de vidrio del fotógrafo replica mi reflejo.
Estoy atrapado en su ojo, en su lente.
Es una especie de chamán que captura mi alma.
Mi madre habla desde un lugar
remoto de la habitación.
HOMBRE PERDIDO EN UN CEMENTERIO DE AUTOS
Las torres de alta tensión: gigantes de seis brazos
que juegan a la cuerda a la hora más luminosa del día.
Las viejecitas riegan veredas que no florecen
sin saber de apagones y tormentas que se aproximan.
El hombre perdido camina con el paso torpe de los niños
cae como ciclista primerizo sobre sus rodillas.
Siente gusto en ese tipo de dolor: acidez y sabor metálico
al lamer la herida, pequeños actos de sanación animal.
Camina sin dirección, con algún tipo de orgullo
como el perro que mira a los ojos a su dueño
a segundos de ser sacrificado.
CENTRO DE LLAMADOS
Las monedas justas en el bolsillo.
La madre con sus hijos pasando
uno a uno el teléfono.
La respiración contenida.
Las tiendas de ropa americana
con olor a humedad y encierro.
Carritos de supermercado
como cocinerías, frituras dorándose
y el olor que se esparce en las calles.
El cartel de Money Exchange
tiene una esvástica en la x.
ARCHIVO NACIONAL
Colgados como jazmines
calateas o trompetas chinas
los chalecos salvavidas
de refugiados de guerra
dispuestos por Ai Weiwei
en el Archivo Nacional.
Parecían boyas en la noche
reflectaban a las pocas
luminarias aún en pie.
Estamos cansados, hundidos
mi cabeza hinchada, como escafandra
intentando respirar en medio
de la bruma lacrimógena.
PAZ CIUDADANA
El ciudadano maniatado a un poste. El film plástico alrededor de él como crisálida. Trozo congelado en el pasillo de las carnes. Gente esperando a que la atiendan. La ropa rasgada como algas. Las magulladuras adquieren el color de la golpiza. La cámara municipal graba con atención cuadro a cuadro. Un ojo goza frente a la pantalla. Gente reunida para la lección de anatomía. Cámaras civiles que apuntan. Familia de ojos. El plástico envuelve y trasluce. Broma de mal gusto esculpida por la boca. Pateadura en el suelo en vertical. Policía interno fuera del clóset. Niño fascista, la procesión va por dentro. Extraña posición de la cabeza. Las manos del ciudadano peces muertos. Estrellas de mar incrustadas en la roca. Espina dorsal camino hacia ninguna parte. Primeros indicios de hemostasia. Tratado sobre el color de la carne. Participación de lo muerto en lo vivo. Evitar la palabra sacrificio. Chivo expiatorio. La sonrisa del espectador y los colmillos. El dolor es una imagen. La ejecución es una forma del lenguaje. El hombre de Paz Ciudadana baja de su auto y camina con las piernas arqueadas, como un sheriff.
Gastón Carrasco (Santiago, 1988). Ha publicado Viewmaster (2011, 2016), El instante no es decisivo (2014; finalista Premio Municipal de Literatura de Santiago), Monstruos marinos (2017) y, en coautoría, el libro de ensayos ¿Quién le teme a la poesía? (2019).