Como las palomas, estos poemas emprenden vuelo tomando trayectorias que las personas ignoramos. «Teoría del ojo» se inaugura hablando sobre la colombofilia: la afición al estudio y adiestramiento de las palomas. En estos poemas se percibe una mirada que lo sobrevuela todo. Un libro sobre hechos estudiados con precisión anatómica y, sin embargo, también lleno de los quiebres, las imprecisiones y la terquedad de la memoria que intenta sostenerse, dando como resultado un registro sobrio con ojo de pájaro.
Aquí el poema no es un vehículo para resignificar o estudiar el pasado. Aquí, más bien se regresa a este para sentarse con paciencia a empollar la memoria. Es inevitable, entonces, pensar en las palomas. Como si la memoria de las aves persistiera ante todo, capaz de configurar a su manera una secreta bitácora de la humanidad.
Aunque, como toda ave que migra, en estos poemas también se vuelve a casa. La afectación se hace posible con la revisión de un pasado propio, confuso, marcado por la muerte, o la experiencia de la paternidad (tanto en calidad como de hijo como de padre). Al final, como en varios viajes largos, que se emprenden para encontrar un sentido, este no emerge más que a la vuelta.
Rolando Martínez (1979, Arica). Es Profesor de Educación Básica y autor de los poemarios: «Yeguas del Kilimanjaro» (La Liga de la Justicia, 2015; Pez Espiral, 2017), «Ciudad Bárbara» (Das Kapital, 2017) y «Cuaderno de croquis» (Pez Espiral, 2018). Obtuvo el Premio Regional de arte (2016), la Beca de Creación Literaria del Consejo del libro en cuatro ocasiones (2012, 2014, 2016 y 2018) y el primer lugar del concurso Juegos Poéticos Florales de Viña del Mar por «Teoría del ojo». Durante varios años se desempeñó como profesor de Lenguaje y Comunicación en diversas ciudades de Chile. Actualmente es coordinador del programa Tránsito de Escritores, en la ciudad de Arica, y director del sello editorial Aparte.
Estos poemas pertenecen a «Teoría del ojo», próximo a ser publicado por Editorial Alquimia.
RÉCORD MUNDIAL
En el pequeño pueblo belga de Arendonk, nace Rik van Steenbergen, tres veces campeón mundial de ciclismo. En ese mismo pueblo nace también Arthur Bricoux: el criador más grande de palomas mensajeras.
Nunca antes el antiguo arte de la colombofilia, supuso aspiraciones tan insignes como el vuelo de Julescesar –un yearling rojo– bajo los fríos cielos de Ámsterdam o Bruselas. Sin embargo hoy, en toda Bélgica, no hay una sola plaza que lleve su nombre como aquel insigne memorial que rinde tributo, al campeón del mundo de ciclismo en ruta. Tampoco un centro de estudios ornitológicos, un aeródromo, o una competencia de carácter regional. De hecho este, quizás, sea el primer y único poema en la historia de la humanidad donde aparezca el nombre de Arthur Bricoux:
de conversaciones entre hombres y palomas.
1922
Llueva o no atardece:
un red skin posa desafortunado frente
a la cámara y su fondo ennegrecido.
T.S Eliot publica La tierra baldía.
El universo aparenta
un papiro donde la poesía es así
como una planta trepadora
que abraza la pared vacía.
Ése mismo año, Howard Carter
descubre la tumba de Tutankamón.
El faraón –al igual que Henri Chopin–
abre sus ojos luego de un largo
y profundo silencio.
Qué cosas tiene el mundo para ofrecer
a quienes nacen y/o resucitan
simultáneamente:
Un ula ula sometido a la velocidad
de una adolescente que esculpe su silueta
dentro de un corsé color invierno.
El tiempo:
zeppelines que roban
violencia y lumbre a los gorriones
el viejo Arthur Bricoux
(sentado en su glorioso imperio)
hablando del sol
a sus palomas.
1940
El día en que el Dr. Bricoux regresó
al silencioso pueblo de Arendonk
encontró el mayor desastre que le podría ocurrir
a un colombófilo
(durante su ausencia
el ejército francés
había sacrificado
a todas sus palomas).
Caravana de días fríos
atravesando toda Bélgica.
En Londres
soldados pertrechan
la masturbación:
ir a cosechar
estrellas mudas.
Un anciano decía
toda acción
posee un efecto:
el fuego
es un medio
y la muerte
resultado.
A veces el sol
me recuerda a Thich Quang Duc
(ese monje budista que se quemó a lo bonzo
protestando contra el régimen chino)
o el ruido de la voz de Bricoux
aquel día remoto en que descubrió
a sus palomas muertas.
En Suecia, una bomba de tiempo destruye
las oficinas de un diario comunista
onda expansiva, derrumbe de apachetas
un modesto equipo
de fútbol
se corona campeón
Las cosas que suceden allá arriba
pregonan un instante similar
en las enredaderas
(después de todo
el cielo es un papel en blanco
en el que escribir
cualquier cosa distinta
de dios).
1983
Decir puma no figura trazo
anuncia el miedo del guanaco que huye
cuesta abajo donde alguna vez sus huesos gobernaron.
Tenía seis años cuando mamá me enseñó a leer
en el lugar donde años más tarde la velamos.
Al final la muerte tuvo
ondeada veta parda en el destierro.
Escritura se lee en su cuerpo diagonal:
Lectura la escena del cuaderno la goma el estuche
el flujo la pobreza de allá afuera como un silabario
que insiste.
1990
I
El día que noquearon a Mike Tyson
Mandela salió de la cárcel
puño en alto a esa hora en que un bus
colisionaba contra un camión
en el desierto chileno.
Y alguien atravesó el salar de Uyuni
cuando Douglas liberaba ganchos
la misma tarea elástica con que se yerguen los juncos
grama dura y sal frente a las garzas
patos jergones, pilpilenes
la acrobática morfología
del estuario.
Millones de febreros las estrellas
como siempre ahí
sobre esa lámpara redonda
mucho antes de aquel combate
en que Iron cayó
frente a un serie indeterminada de ojos rasgados
cámaras y amarillo crepúsculo.
Poco importó el revés ante Jesse Ferguson
o la pelea contra Tony Tucker:
esa noche noquearon a Mike Tyson
mientras papá comía en el sofá
sopa de pan té de hierba luisa
y yo escuchaba una canción
con uniforme de escuela y pobre
a pocas horas de abandonar
la inocencia.
II
De grandes que eran se oían zancadas
electricidad violencia en tránsito
pequeño sismo imperceptible el movimiento
aunque sí su destrucción.
Al posar el pectoral en la pantalla
el mismo efecto del chincol que un día pita en Cosapilla
para que luego estallen dientes de león en Artificio
o la escena esa donde orbitan cachalotes
escrituras cantos de tiniebla y olas abandonadas
formas de sudor en el gramaje.
III
En Tokio
a horas de pelear con Douglas
visité un zoológico.
Tomé una paloma
y expliqué a los cientos de camarógrafos
que a un pájaro
puedes matarlo
torciendo
su pescuezo.
Probablemente
suponían que en cualquier momento
los demonios que domestiqué en el cuadrilátero
se amotinarían hasta el punto de corromper
el piño de tigres furiosos
que pastan en mi corazón.
Sin embargo no fue así
sometido a la metralla de una réflex
solté nudillos huesos poderosas manos
y la invité a desperdigar el cobre de sus alas
sobre el aire más limpio y azul
de esos años.
No hablaré de mi fracaso:
los negros
esa noche
hicimos
historia.
1993
Muere mamá
muere Cantinflas.
Los días domingos se enlutan
adentro del televisor
la flora y fauna pierde su electricidad.
A esa misma hora
alguien nace
en la desaparecida
“maternidad Arica”.
Cosas simples acontecen como súper novas
o como alguien que prepara espaguetis
hace el amor o se masturba o busca a tientas
la carne viva en medio de la oscuridad.
Murió mamá detrás de los cerros
en la ciudad de Tacna, Perú
el año en que el papa canonizó a Teresita de los Andes
y un orgasmo originado
en la Quebrada de Macul
dejó a ochenta personas
en el profundo silencio del abismo.
Mamá murió.
Lloramos con Amara Marín
(la profesora jefe). El día
que velamos su cuerpo
en el living de la casa.
Lluvia en Combarbalá.
Nieve en Guangualí.
Soda cáustica en el sueño del volcán
Villarrica.
Médicos chilenos
separan a los siameses
José Patricio y su hermano
Marcelo Antonio.
Se realiza la elección presidencial:
Eduardo Frei es el nuevo Presidente
de Chile.
Una larga hilera de hechos contiguos:
vagones que incitan un rumor
de rieles chicha o jazz
la merca los cigarros importados
la gira del sol o una falsa alarma
de maremoto en Tocopilla.
Ese año papá fingió el dolor
en el canario que ardía adentro de sus ojos.
Murió mamá.
Vi su mano inmóvil
pálida ficción de sed en la intemperie
y un chorro de sangre que fluía desde su nariz
simbología que decía adiós
hijo mío
has de pensar
en las estrellas las nueces las cucardas
y preguntar al gran secreto que dejaron
mis viejas sandalias en el clóset:
qué es el petricorpor qué y para quiénes sobreviven
todas
las cosas
tristes.
2 comentarios en “«Las cosas que suceden allá arriba». Adelanto de Teoría del ojo, de Rolando Martínez”
Lo encontré genial y maravilloso y el tema trascendente de la muerte de la madre que es un duelo tan delicado y profundo por siempre. , cala profundamente en el lector. Felicitaciones, Rolando; eres un gran escritor.
Ganas y ganas de seguir las historias de estas historias. Gran trabajo.