Tengo un reloj de sol
tengo un sombrero para el sol
tengo un ungüento contra el sol
una mejilla de sol y otra de luna llena
y otra llena de besos y
otra llena de llena.
Eugenia Echeverría, «La infinita» (1983).
Alberto Passolini dejó Buenos Aires en 2012. Primero se fue a Tucumán, después a la Patagonia, a Río Gallegos más específicamente. Tras esto, a la hermana ciudad fronteriza de la capital provincial de Santa Cruz: Punta Arenas. El principal enclave de nuestra acotada Patagonia, desmembrada y llena de fiordos, es una ciudad turística atravesada por su historia y su paisaje. El Estrecho de Magallanes tiene una importancia inusitada, considerando que es un austral puente natural que une los océanos más importantes del globo y es el último recoveco de Occidente.
El último tiempo la producción de Passolini se ha abocado a obras que citan otras piezas de la historia del arte canónico, le interesan particularmente las que provienen del siglo XIX hasta los albores del siglo XX, con el fin del academicismo. El porqué de este interés tiene respuesta en una convivencia de dicho academicismo con una pretensión revolucionaria. El cambio de la ciudad letrada a la ciudad politizada, o más bien revolucionada, como diría el crítico uruguayo Ángel Rama, con la inclusión de las capas populares a la política, cambiaría no sólo la estructura de los Estados latinoamericanos, sino también su manera de enseñar y comprender el arte.
Es así como en las primeras décadas del siglo XX existió una renovación de las discusiones políticas e intelectuales, alejándose de la idea subsidiaria de Europa como el modelo a seguir. En el caso de las artes visuales, los procesos de creación de obra no podían ser otros que los elaborados por la enseñanza decimonónica del viejo continente (particularmente parisina) y, sin embargo, los motivos eran alterados en la búsqueda de lo vernacular. En ese período paradigmático, Passolini recoge esos modelos abandonados del antiguo academicismo, tan en boga durante el último lustro del largo siglo XIX, para generar su propio atlas mnemosyne (warburgbianamente hablando), el cual hace dialogar con los procesos de desarrollo de nuestras repúblicas durante el siglo XX¹.
Ahora bien, hace un año aproximadamente –sepan perdonar la autorreferencialidad– escribí un artículo sobre los impulsos anticoloniales de las protestas en el Estallido social en Chile, allí le dediqué unos breves párrafos a la decapitación de Menéndez Braun y su historia de patronal en Punta Arenas. Sin embargo, gracias a Passolini supe algo interesantísimo que ocurrió en los últimos meses del año pasado en esa ciudad, dos monumentos se salvaron de la purga: el Homenaje al ovejero de German Montero (1944) y el Pie del patagón (parte del homenaje Al Cuarto Centenario del Descubrimiento del Estrecho de Magallanes de Guillermo Córdova, 1920), extremidad que –dice el mito– si besas siempre volverás a Punta Arenas con buena fortuna. Así, aun cuando el ovejero representa el resultado de las lógicas extractivistas y latifundistas, y –por otro lado– el Patagón es una romantización de la condición «civilizatoria» de los aventureros occidentales ante los pueblos prehispánicos, estos objetos de producción simbólica se salvaron. Se salvaron por la importancia que tienen para la ciudad y sus habitantes. Así los muertos de la ciudad del Estrecho le empezaron a hablar a Passolini, correspondía entonces preguntarse por estas figuras –y más específicamente por el ovejero–.
Pensando en la tradición académica apareció primero el pintor Anne-Louis Girodet. Por otro lado, Passolini venía trabajando los tondi como soportes de sus pinturas, allí realizaba una especie de camafeos que contenían emblemas y figuras. Entre Girodet y los tondi dieron la figura al ovejero: Endimión. En Endymion. Effect de Lune de 1791 del artista francés, obra perteneciente a la Colección del Musée du Louvre, vemos al joven pastor tomando una siesta y la Luna-Selene enamorada de él decide tener relaciones sexuales con Endimión mientras este descansa. Para ello, Céfiro (dios del viento oeste) descubre unas ramas dejando pasar los rayos de Selene en luna nueva que atraviesan al joven. Esta escena sexual es repetida en todas las piezas que conforman Las lunas del ovejero de Alberto Passolini, una referencia clásica inmortalizada y popularizada por la tela de Girodet, y que representa cuerpos retorcidos (de escorzados) y abultados (en la barroquista traducción de las carnes del motivo mitológico).
Así, Passolini nos ofrece en Punta Arenas una copia tremendamente bien ejecutada de la pintura de Girodet, la cual es telón de fondo de una serie de Endimiones y Selenes disfrutándose. Los tondi que tienen un guiño lunar evidente, son trabajados con acrílico, reforzando aquello inorgánico que está en las piedras preciosas, mientras que un matado de tela cálido insiste en la idea de que estamos ante una luna que no es fría, sino todo lo contrario. El dibujo con los que están trazados los endimiones, contrastan en su sensualidad con lo rígido de los vértices propios de las piedras preciosas, siguiendo la línea de los camafeos. Así, este ovejero mediterráneo de hace miles de siglos renace en la Patagonia varias veces el día para que Selene pueda salir sin necesitar la luna nueva, sino que llenando al sol se esconde para bajar al encuentro de Endimion. Sin embargo, tampoco podríamos decir que es un homenaje al pastor patagónico, la obra de Passolini está en las antípodas a aquella que hizo German Montero, no es la romantización de la vida ardua del trabajo precario sino del goce de la vida bucólica, de la seducción propia del geórgico mitológico griego.
Un mar de referencias cruzan esta exposición –o más bien dos océanos–, que sin lugar a dudas no es sencilla, sin embargo, su seducción material, iconográfica y de montaje, sostienen el espíritu de Endimion reposando. Además, para sumarle –y nunca restarle– referencias a Las lunas del ovejero existen dos factores más a considerar. Primero, el eclipse del día 14 de diciembre de 2020 (el día que abre esta exposición) cubre la Patagonia de una umbra especial que no se repetirá por estas latitudes en décadas. Es un día que cierra ese arco abierto dejado por el eclipse solar del 2 de julio de 2019, un año y medio entre el que podemos señalar de lado a lado de la cordillera: un estallido social, crisis alimentaria, cambio de gobierno, plebiscito revocatorio de una constitución de facto, pérdidas de grandes personajes populares, crisis económicas, continúa persecución a los dirigentes indígenas (aun cuando le dan «sentido» místico a este evento natural), y –por supuesto– la pandemia que bajó la cordillera que nos separaba porque el confinamiento impuso con fuerza los límites del Estado. ¡Vaya arco de eclipses!, que coincide –porque de coincidencias está hecha la vida–, con la segunda referencia: los 500 años de la primera circunnavegación del globo, cuando Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano cumplieron la proeza de conectar el mundo de punta a cabo. Y de paso, fijaron en el mapa las que serían las codas de las futuras republicas de Chile y Argentina.
Pero basta de anécdotas, volvamos a lo que realmente nos entregó este año y medio, y que moviliza esta exposición. Algo está claro en la obra de Passolini, los muertos le hablan, o más bien, los eclipses hicieron hablar a muchos muertos de tiempos diversos, mitológicos y reales. Es un tiempo que despertó no sólo muertos, sino que ánimas dormidas como pueblos que se expresaron y asaltaron los bastiones simbólicos del colonialismo. Allí partió todo, no en Magallanes, Girodet, Montero o Menéndez Braun –ellos son los invitados a este festejo– sino en comunidades que activan un tiempo presente, que llenaron las calles, que articularon demandas y que proyectan un constante ánimo de futuro. Ellas y ellos son lo más parecidos a Endimión gozoso de sexo con Selene (del encuentro finalmente), que la nostalgia de una vida precaria y solitaria del ovejero de Montero.
Las lunas del ovejero es una exposición llena de referentes, de citas diversas, de objetos que provienen de tiempos complejos y otros no tanto, pero todos ellos conmemorados en el sueño de Endimión y su encuentro con Selene. Porque la luna está allí siempre, pero el ovejero no despierta todo el tiempo, nos alegra que artistas como Alberto Passolini voten por el exceso, la abundancia y el desparpajo, porque la Patagonia puede parecer un lugar lleno de vacío, pero lo cierto es que está llena de lleno.
Matías Allende Contador
Santiago de Chile, diciembre del 2020.
¹ Hablo en plural porque las aproximaciones educativas y políticas en términos de desarrollo nacional-popular en la medianía del siglo XX entre Argentina y Chile, tienen más puntos de aproximación que desencuentros.