Fotógrafo aficionado, escritor esporádico, exprofesor de Arte y librero de oficio. Con el pasar de los años, Gerardo Jara Cofré se ha convertido en una de las voces más llamativas del mundo literario nacional. Sus recomendaciones y su tono menor para hablar sobre los grandes temas lo han hecho ganar una modesta fama, que contrasta con su timidez. A continuación, un pequeño esbozo de su experiencia vital.
«Gerardo Jara estudió Pedagogía en Artes en Valparaíso, pero en el camino decidió encerrarse en una librería en vez de una sala de clases. Hoy, a este amante de la bicicleta y la buena poesía, lo puedes encontrar de lunes a lunes recomendando libros de lo más profundo de las catacumbas literarias de Providencia».
La voz robusta que suena tras el auricular, acompañada de una simpática melodía, enmudece. Macarena Lescornez, periodista y actual directora del The Clinic, da inicio al podcast “Libros no obligatorios” con un cordial saludo a su co-conductor. Gerardo –barba rala, pelo crespo, ojos pardos levemente caídos– se ajusta la montura de sus gafas y, con la entonación ondulada del entusiasta, se dispone a exponer el concepto general que tiene ahí reunido. Sobre un mesón lacado, libros de diversa índole: género, época, idioma.
«Los libros que traje trabajan el tema de la soledad pero no de forma tan obvia, no desde esta perspectiva comúnmente aceptada de que la soledad es el solo hecho de no estar con alguien».
Ya se trate de duelos creativos o de esos fallidos intentos por expresar la propia intimidad, la conversación, a lo largo de los distintos episodios, dibuja un arco irregular: Gerardo divaga, agrega ideas tardíamente, vuelve de continuo sobre sus pasos. Y si el tema no está del todo claro, nunca faltan la risa y chimuchina del ambiente distendido. Es «ese tono relajado y amigable», como si se estuviese «escuchando a un amigo» –me dirá más tarde Victoria Parra, productora del podcast– una de las causas de su éxito.
Pero es en la Librería Catalonia donde Gerardo realmente campa a sus anchas. Ubicada en las Urbinas, Providencia, es habitual encontrarlo parapetado detrás de un mesón, organizando el catálogo de libros para luego hacer una pausa y recomendarle a un cliente esa lectura ideal que anda buscando. Las actividades que allí realiza, su presencia en redes sociales y apariciones en medios; la fama de lector avezado, además de esa cordial y afable manera de ser, lo han hecho ganar notoriedad estos últimos años.
–Su papel como recomendante, tanto en la radio como en la librería, ha sido muy importante para dar a conocer propuestas editoriales con menos o nula visibilidad en los medios tradicionales, autores jóvenes, etc. Creo también que su rol ha tenido que ver con crear una comunidad de lectores, con ciclos de conversación y clubes de lectura. Poner la lectura en diálogo, crear comunidad y ampliar el horizonte de lectores es fundamental –afirma Nicolás Labarca, poeta y editor de Cuadro de Tiza.
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Gerardo nació el 26 de octubre de 1989 en Viña del Mar, es el tercer y último hijo del matrimonio entre María Victoria Cofré –educadora de párvulos– y César Jara –administrador en una minera–. Toda su infancia, adolescencia y parte de su adultez vivió en la ciudad de Quillota.
De niño era tímido, introvertido. Sus padres tenían libros y siempre mostraron interés en la cultura, siendo flexibles a la hora de transmitirla. Gerardo, sin embargo, no se interesó por los libros hasta bien llegada la adultez. Aún así, lo caracterizaba ya un incipiente rasgo artístico que años más tarde profesionalizaría.
–De niño le gustaba escribir, actuar, pintar y siempre lo hacía con mucho talento –recuerda César Jara, su hermano mayor. Ingeniero agrónomo actualmente radicado en Estados Unidos. Toma una pausa y luego añade–: creo que el hecho de ser el menor hizo que recibiera mucho cariño y atención por parte de todos, lo que pudo haber influenciado en convertirlo en una persona sensible y afín a las artes en general.
Cuando cursaba octavo y primero medio Gerardo confesó abiertamente su orientación sexual y se convirtió en víctima de burlas y agresiones reiteradas por parte de sus compañeros. El acoso se intensificó en segundo medio, mientras estudiaba en un instituto para varones perteneciente a la Congregación de los Hermanos Maristas.«Yo era el típico cabro cola tirado a punk y rebelde», cuenta Gerardo, detrás de la pantalla del computador. Aún así, explica, se trataba tan sólo de una pose. En el fondo seguía siendo bastante tímido.
Con todo, la situación lo terminó sobrepasando y sus padres, finalmente, optaron por sacarlo del colegio. Durante un semestre entero Gerardo tuvo distintos trabajos hasta que al año siguiente pudo matricularse en otro colegio para cursar nuevamente segundo medio. Por suerte había llegado a un mejor lugar.
«(El colegio) era mucho más amable en un montón de aspectos, del trato con los alumnos a su perspectiva educacional. La empecé a pasar mejor y me llevaba bien con casi todo el mundo».
Fue entonces cuando comenzó a desarrollar una mayor inquietud por lo artístico, al tiempo que tenía sus primeras experiencias literarias: Rulfo, Cortázar, Hesse. Pero lo que más le gustaba en ese momento eran el dibujo y la fotografía. Por lo mismo, al finalizar la enseñanza media, se matriculó en la Universidad de Playa Ancha, en Valparaíso, para estudiar Pedagogía en Artes Plásticas.
El color (fauvismo), la perspectiva (cubismo), el movimiento (futurismo). Fue la avant-garde, y posteriormente las instalaciones y performances, lo que le interesó a Gerardo durante ese periodo. Artistas como Henri Matisse, Pierre-Auguste Renoir o Gerhard Richter se encontraban entre sus predilectos. Sin embargo, una vez iniciada esa imperiosa búsqueda intelectual, sus expectativas con respecto a la carrera se vieron defraudadas.
«No me gustaba la aproximación al arte que tenía la universidad. Había poca investigación o estudios filosóficos».
Con contadas excepciones que lograron estimularlo (como su profesora de escultura, Elisa Aguirre, que «te pedía que leyeras libros y armaras un corpus intelectual»), Gerardo finalmente egresó el 2013. Posteriormente, con algo de plata ahorrada más otro resto facilitado por sus padres, tomó la decisión de irse a vivir a Santiago. Fue su amiga Paulina Zamora quien lo recibió en ese momento. Ella, cuando tenía tan solo 17 años, había dejado Quillota para irse a estudiar literatura inglesa a la capital. Vivía en un pequeño departamento en Ñuñoa junto a su hermana cuando Gerardo arribó.
–Él llevaba tiempo descontento con la falta de oportunidades laborales que había en la región y le dije que en verdad lo único que tenía que hacer era venirse por el verano a probar suerte.
Gerardo debía regresar a Valparaíso para defender su proyecto de título, enfocado en las prácticas de arte contemporáneo dentro de la educación escolar. Con la tesis aprobada, finalmente se recibió de profesor y en paralelo consiguió trabajo en la ya extinta Cafetería Monti.
–Encontró pega en un café primero, que obviamente no era lo ideal pues él venía a ejercer como profesor de arte –recuerda Paulina–, pero al menos con el café existía un ingreso fijo. Ambos trabajábamos mucho y llegabamos raja a la casa. La verdad es que no nos alcanzaba para salir a ningún lado. Era como la época de sacarnos la chucha trabajando y nada más. Nos levantábamos a las seis, yo me iba a hacer clases y él iba al café. Me acuerdo que era tanto el desgaste que él empezó a dudar si venirse había sido la mejor decisión. Yo le prometí que todo mejoraría, porque para mí también había sido un poco así al principio.
Más tarde, la promesa se cumplió.
Se trataba entonces de experiencias primerizas: obtuvo un puesto de profesor en un colegio ubicado en La Reina y meses después lo contrataron en la Librería Contrapunto. El esfuerzo comenzaba a rendir frutos y ese lastre de tener que «probarle a tu familia y amigos que te viniste a Santiago por algo mejor» –en palabras de Paulina– se volvía cada vez más ligero.
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En un archivo Word que alimenta de vez en cuando, Gerardo escribe: «Estas cosas se elevan con gracia, se creen sostenidas por el aliento en una boca cerrada. Parece que al final es uno el que hace esfuerzos, el que siempre tiene ganas. Usamos lo que nos sobra del día. Tantas tareas y asuntos que intentamos querer llevar y que solo nos dejan con un deseo enamoradizo, como un adolescente impetuoso, irresponsable y vulnerable. Es el mundo y sus trabajos que nos dejan solo con energías para ver si, tal vez, soplando bajo las cosas, estas logran elevarse despacio.»
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Es el año 2015. Gerardo viste pantalones azules y un suéter gris. Es su primer día de trabajo, y aunque ya tiene cierto bagaje dando clases (por sus prácticas universitarias), está nervioso. El contenido que tiene que impartir es el de tecnología. En una sala de no más de 25 alumnos, Gerardo anota las instrucciones en el pizarrón. A los pocos segundos se da cuenta de su error: los pasos a seguir para la realización de un ejercicio no están bien ordenados. Un pequeño revés, nada grave. Les pide disculpas a sus alumnos, redacta bien las indicaciones y cuando se voltea nota que una de las muchachas está visiblemente afectada.
–Usted primero había dicho una cosa, y… y… yo ya no sé qué hacer –le espetó.
La chica es morena, de contextura recia, cabello motoso, y durante el resto de la clase se queda mirando el banco en silencio. Gerardo no sabe bien cómo reaccionar. Más tarde se dirige a la dirección y allí le informan que la alumna tiene Asperger (un síndrome que afecta la capacidad de comunicación y sociabilización), y que debe tratarla de forma especial, que ojalá no la incorpore a grupos de trabajo, que le dé las instrucciones de forma sencilla. Ese día, además, se termina por enterar de que gran parte de los alumnos son repitentes, tienen problemas de aprendizaje, u otras dificultades, como algún grado de TEA o déficit atencional.
El primer traspié.
Entretanto, su labor en la librería lo tenía extenuado. Gerardo trabaja más de 55 horas semanales, y si bien aquello le sirve para vivir holgadamente, aún no se encuentra del todo a gusto con lo que hace. Desde la dirección del colegio le indican que se dedique a dar las clases de la forma más sencilla (y sosa) posible. Desde la librería le dicen que se dedique simplemente a vender y vender y vender, obviando la hospitalidad y charla del librero, la fruición del bibliófilo.
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«Hay días, como el de hoy, en que no puedo levantar nada, siquiera polvo. Soplo las cosas y me ignoran, me miran tiesas, palitroques esparcidos sin preocupación, el último en jugar se ha ido y dejó todo tirado. Qué pena. Qué desperdicio de ánimo. Miro y todo está ladeado, con mi cabeza recostada en el piso alcanzo a encontrar resquicios entre el suelo y los objetos que están encima (o al lado, no sé). Me siento pesado, puede que también vacío ¿es posible? (…) Qué cansancio, este sopor pesa. ¿Tienen los adjetivos una medida universal, o caen también dentro del juego del kilo y el pound? ¿cómo mido esto? ¿No lo enredo si lo explico? Y si digo que estoy pesado como una piedra, ¿lo comprenderás? ¿Y si te digo algo que no quieres escuchar?».
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–Recuerdo que ese año fue el que más personas postularon, nos llegaron como 100 currículums y fue difícil seleccionar y luego entrevistar, pero pensamos que Gerardo era la persona que más encajaba con lo que buscábamos y no nos equivocamos.
Quien habla es Laura Infante, dueña de la Librería Catalonia. Corría el año 2015 cuando Gerardo, gracias a la recomendación de un amigo, postuló al cargo vacante, luego de haber abandonado su trabajo anterior en Contrapunto.
«Cuando fui a la entrevista con mi jefa le dije “sabes qué, yo no cacho tanto de libros o de redes sociales, pero estoy muy dispuesto a aprender”» –afirma Gerardo mientras, cabizbajo, lía un cigarro tras la pantalla–. «Y obviamente traté de ser lo más simpático y amable posible, ya que cuando fui recuerdo que se postularon también jefes de otras librerías con mucha más experiencia que yo. Entonces me dije “pucha bueno, no voy a alardear de un oficio que no tengo al lado de todos estos otros tipos que sí lo pueden hacer”».
Pese a ello, y para su asombro, a la semana siguiente lo llamaron de la librería para comunicarle que el puesto era suyo.
–Lo que más nos gustó de Gerardo fue que tenía muchas ganas de aprender el oficio de librero, además, nos pareció sincero y buena onda. Pensamos que se llevaría bien con el equipo –señala Laura.
En un artículo sobre Gerardo publicado en La Tercera se lee lo siguiente: «Al principio tuve mis aprehensiones sobre trabajar aquí porque no tengo una formación literaria y mi acercamiento a los libros era bien genérico». Hecho que confirma en nuestras entrevistas:
«El primer año fue como muy ¡¿qué es esto?! –confiesa entre risas–. Y tratar de leer caleta y aprender lo más posible teniendo a mano lo que había».
El vértigo de hablar sobre libros sintiéndose un advenedizo se vería prontamente mitigado por el aprendizaje constante que encontraría en eventos, charlas y actividades en los que participaba. Por otro lado, Nicolás Labarca, su pareja de entonces, lo iría instruyendo otro tanto en los recovecos –a veces ásperos, a veces gráciles– del mundo literario.
–No sé si realmente lo guié en el mundo de libros, me parece que fue algo más desordenado y azaroso, que tuvo que ver principalmente con empezar una relación que tuvo mucho de pasar tardes leyendo y comentando impresiones de esas lecturas. Tengo una biblioteca de poesía relativamente surtida y Gerardo, en su curiosidad y entusiasmo, iba sacando cosas, preguntando y revisando lo que le llamaba la atención –aclara Nicolás a través de un correo electrónico.
Frente a la perspectiva que le ofrecía ese nuevo mundo, al cual se sentía fuertemente atraído, Gerardo terminó dejando su trabajo como profesor.
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«(…) se me han muerto tantas plantas. Un día un hombre me dijo que es parte de. Mejor cuanto antes nos acostumbremos. Algo dramático encuentro. Las plantas son las que se mueren, los cariños suaves se marchan».
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En un video subido a Youtube se puede ver a un Raúl Zurita rodeado de libros, vistiendo una chaqueta gris. Con su forma de hablar entrecortada y movimientos involuntarios característicos –producto del párkinson que lo aqueja desde hace 20 años– declara: «A mí un gran poema me deja deshecho, emocionado, no puedo hablar de otra cosa. Me deja pegado al techo (…) Creo también, y esta es la parte cruel de la poesía, que la poesía es extraordinaria o no es… y con eso estoy me poniendo la soga al cuello». Se escuchan risas. A un costado izquierdo se encuentra Gerardo con los brazos cruzados.
El material fue extraído de un ciclo de charlas llamado “Poiesis”, que organizó Gerardo junto al académico James Staig en la Librería Catalonia. El ciclo contó con otros destacados poetas nacionales como Soledad Fariña, Felipe Cussen y Carlos Soto-Román. Sin embargo, fue el club de lectura que fundó con la escritora María José Navia el que le traería mayor popularidad.
–Viví varios años en Estados Unidos y allá los clubes de lectura en librerías eran algo muy cotidiano. Cuando regresé a vivir a Chile el 2016 quise replicar la idea y Gerardo y la librería Catalonia se entusiasmaron y apoyaron altiro –indica María José vía mail.
Gerardo, para sus adentros, era más bien reacio al proyecto. Tenía la idea de que a nadie le agradaría juntarse con extraños para hablar sobre libros después de pasar ocho horas trabajando. Por suerte estaba equivocado, y el proyecto tuvo un éxito tal que, meses después, las demás librerías de Santiago lo terminarían replicando.
Más tarde, Gerardo es invitado al programa radial “NuevaMente”, de Tele13 Radio, para abordar un supuesto boom de los clubes de lectura. «Muchas veces uno no está consciente de que lee el libro de una forma, pero cuando lo empiezas a juntar, a yuxtaponer, con un montón de otras experiencias, el libro cambia. Eso es lo mágico de los clubes de lectura», indicaba entonces.
La química entre periodista –Macarena Lescornez– e invitado se hizo patente, y Gerardo fue ocupando semana tras semana una sección en el programa; sección que se terminaría convirtiendo en el actual podcast “Libros No Obligatorios”, que contó con 2.350 usuarios únicos durante el 2019.
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Al ser consultada sobre el sello que Gerardo le imprimió al podcast, Victoria Parra, su productora, responde:
–El programa era bastante libre, así que yo me atrevería a decir que todo lo que ha sido el podcast se debe a Gerardo. Dentro de las cosas más importantes es ese tono relajado y amigable que tenía, era como estar escuchando a un amigo que te hablaba sobre libros y creo que se lograba transmitir eso. De alguien que ama los libros y quiere que leas cosas buenas, que te motives con la lectura y que tampoco te avergüence preguntar. Por lo menos yo sentía que la gente lo escuchaba porque se sentía en confianza, aún sin conocerlo. Lo otro que a la gente le gustaba mucho era que Gerardo leía partes de cada libro que recomendaba y eso fue netamente iniciativa de él, como una forma de que la gente conociera la pluma que tenían los escritores y al ser en formato audio, quedaba perfecto.
–¿Y cómo lo fueron desarrollando?
–El podcast tenía su formato casi siempre, de tener un hilo conductor (propuesto por Gerardo) y que a partir de eso se recomendaban tres libros. Tratábamos de hacer capítulos distintos en fechas especiales, por ejemplo para el día del niño, día del libro. Para navidad hicimos uno bien especial, en donde se recomendaron 11 libros para 11 tipos de persona. Gerardo era bien aplicado para esos casos, le fue muy bien a ese capítulo. Y como te contaba antes, siempre era un trabajo súper colaborativo y en equipo.
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Actualmente Gerardo se encuentra por unos días en Quillota, cuidando a sus padres mientras trabaja de manera remota en la librería. Antes de la cuarentena era normal verlo caminando desde su departamento (ubicado en el centro de Santiago, a unos metros de la Plaza Italia) hasta la Galería Drugstore. Ahora, sin embargo, sus tareas habituales se han visto trastocadas.
«Ha sido muy, muy fome, hueón. Preferiría mil veces estar en la librería abriendo cajitas, respondiendo mails u ordenando la vitrina…».
Pese a las limitaciones, las actividades no cesan. Recientemente Gerardo ha entrevistado a los escritores Alejandro Zambra, Tamara Tenenbaum, Marcelo Vera y María José Navia. Además, se encuentra realizando tres clubes de lectura distintos. Todo a través del computador.
Mientras tanto en Quillota, su estancia provisoria, no faltan esas tan codiciadas joyas literarias: con la vehemencia y sapiencia de siempre, Gerardo nos cuenta lo mucho que ha disfrutado Cómo leer literatura del afamado crítico inglés Terry Eagleton. Hablamos de poesía norteamericana (una de sus favoritas) y arte contemporáneo. Luego de unas horas de conversación le preguntamos finalmente por su rol de librero, a lo que Gerardo responde:
«Siempre me he pensado como un espectador, alguien que solo mira. Me acomoda eso, me divierte, y siendo sentimental, me emociona. Con sus cahuines, y peleas y egos y ridiculeces (lo dice alguien ridículo también), no deja de emocionarme el conocer a personas que llevan al límite aquello que aman: la literatura».
2 comentarios en “Papeles Personales: Gerardo Jara”
Jose, me.encanto la lucidez y la conciencia de.tus palabras , ver mas alla demlo evidente, felicitaciones
Muy buen relato de lo que es y transmite Gerardo. Para mí, una pieza esencial en la escena literaria chilena en estos momentos. Muchas gracias José Miguel por esto y Gerardo Jara por existir.